Esta
es literalmente una historia de viejas tamaleras (aunque debemos reconocer que
las susodichas señoras no eran, al momento de los hechos, precisamente viejas,
aunque tampoco podemos decir que fueran muchachillas ya que ambas rondaban los
cuarenta y tantos años de edad).
Susana
va saliendo de la universidad, tiene tanta hambre que se siente capaz de
comerse a un elefante por lo que se dirige, sin mayor contratiempo, al puesto
de tamales de Doña María.
-Hola,
buenas tardes doña, deme uno verde para empezar que vengo más que desfallecida.
-Enseguida
mi niña- Una vez entregado el pedido a otros estudiantes la buena señora le
extiende un plato con el tamal solicitado al tiempo que le otorga una gran
sonrisa.
- Hace varios días que no venías por aquí ¿Dónde te habías metido?
-Entre
las clases, la tarea y los trámites para realizar mi servicio social no había
tenido tiempo, pero ya ve, ya me tiene de regreso- Respondió la muchacha entre
bocado y bocado.
Otros estudiantes que ahí estaban comenzaron a retirarse
dejando libre una silla que Susana inmediatamente ocupó. Terminó de comer lo
que le habían servido
- Deme ahora uno de mole por favor, éste verde le quedó
tan bueno que me hizo recordar a Doña Juana.
-¿Quién
es esa Doña Juana, Susi?- Preguntó la expendedora de tamales verdaderamente
interesada.
-Doña
Juana, es la tamalera de mi colonia, no sabe usted las delicias que sabe hacer,
tiene unas manos de Diosa, nomás recordarla me hace suspirar.
-Suspirar
¿eh?- Replicó María con suspicacia- hablas de ella como si fuera tu novia
¿Acaso eres lesbiana?
-Jajajajaja
¿Para qué ponerle nombre a todo? ¿Para qué etiquetar a las personas?- Apuntó la
chica en lo que se chupaba los dedos con verdadero placer.
-¿Lo
eres?- Repitió la mujer con un cierto brillo en la mirada.
-Técnicamente
no, no lo soy, ni ella es mi novia, aunque a últimas fechas nos hemos hecho…
amigas, amigas íntimas. Ella hace además de éstos tamales unos de chipilín con
puerco que ufff, me vuelve adicta a ellos, es verdaderamente genial
elaborándolos, es bastante sensual verla trabajar. ¿Tiene atole de arroz para
tomar aún? Estoy que me atoro y deme el último verde, por favor. Tengo que
comenzar a cuidarme que me voy a poner más gorda que una vaca.
-¡Hay
chiquilla! Con ése cuerpazo que te cargas y tanta actividad que desarrollas ni
para qué angustiarse, aún estás muy joven para preocuparte por unos kilitos.
Problemas los míos, que si me descuido un poquitín ya no hay modo de bajar.
Cuéntame de esos tamales de Doña Juana, niña que me has picado la curiosidad-
Mientras le entregaba tanto el atole como el tamal solicitado.
-Pues
mire, éste fin de semana la veo y le vengo a contar. Le voy a pedir que me haga
unos y los prepare frente a mí, así yo podré explicarle detenidamente cómo se
elaboran. Hágame un favor, Doña Mary, póngame éste último para llevar, que
había olvidado que tengo que alcanzar a unas amigas para ponernos de acuerdo en
nuestra próxima reunión.
Doña
María, la tamalera de la universidad, metió un tamal nuevo en una bolsa de
plástico y el que la chica le devolvió tras comerse un pequeño pedazo lo dejó a
un lado de la caja donde guardaba el dinero de lo vendido en el día. Una vez
saldada la cuenta de lo consumido, le entregó la bolsita y se despidieron agitando
suavemente sus manos.
La
chica se retiró con la atenta mirada de María sobre su delicada humanidad. Al
terminar la jornada, ésta última, levantó sus implementos de vendimia y regresó
a casa con la sensación de que algo estaba cambiando en ella.
El
resto de la semana Susana no se acercó por su puesto de tamales, aunque sí la
vio de lejos y en cada ocasión se saludaron con una gran sonrisa y un leve
movimiento de cabeza. María deseaba que ya fuera lunes.
Por
su parte, la joven universitaria, si bien tenía muchas cosas que hacer, no
dejaba de recordar que tenía el compromiso de encontrarse con Doña Juana, la
tamalera de su colonia, para pedirle la receta de los tamales de chipilín con
puerco. Sabía que ésa sería una petición que conllevaba algo más que el simple
aprendizaje de hacer tamales.
Al
llegar el sábado, día que había previsto para su encuentro con Juana, se
levantó temprano para ejecutar con prontitud tanto las labores hogareñas que
dejaba para ése día como sus quehaceres escolares. Se dio una ducha refrescante
a eso de las 4 de la tarde, se vistió con coquetería y salió advirtiéndole a su
madre que iría a encargar unos tamales que sus compañeros de la universidad le
habían solicitado y que pretendía aprender a elaborarlos si Doña Juana así se lo
permitía. La buena señora ignorante de las verdaderas intenciones de su núbil
hija, le pidió unos para sí con mucha salsa de tomate.
En
el trayecto Susana iba un tanto nerviosa, pues para que sus intenciones se
hicieran realidad, requería que la citada tamalera estuviera sola en su casa.
No dejaba de pensar, asimismo en la mirada brillante de Doña María, la tamalera
de la universidad ¿estará en lo cierto?¿Esa mirada la produjo lo que ella misma
implicó con relación a Doña Juana? Solo había una manera de averiguarlo y ésa
sería definida tras su entrevista con la tamalera de su colonia.
Al
llegar a su destino, tocó a la puerta al tiempo que a voces mas bien gritos,
llamó -¡Hoolaaaaa! ¡Dooñña Juaaanaaaaa! ¡Soooyyy yyyooo, Suuusssiiii!- Tras
unos minutos y gritos insistentes de la muchacha, se asomó por la ventanilla de
la puerta la susodicha con una sonrisa adornando su atractivo pero cansado
rostro.
-Hola
Susi, te escuché desde el primer grito, pero estaba ocupada subiendo la olla de
tamales al fogón, pero ¡vaya que eres desesperada mi niña! No podía gritarte y
sostener la olla al mismo tiempo. ¿A qué debo el honor de tu visita?-
-Pues
vine a dos cosas o mejor dicho, tres- Comenzó la chica ampliando su sonrisa y
colocando una mano muy cerca de la de Juana en el marco de a ventanilla de la
puerta que continuaba cerrada separándolas –Primero que nada, vine a saludarla,
ya la extrañaba, Doña Juanita, segundo a hacerle un pedido de tamales
especiales para mis compañeros de la universidad y para mi mami y por último a
rogarle que me enseñe a hacer esos deliciosos tamales de chipilín con puerco.
-A
ver, espera, deja te abro y me cuentas mas detenidamente lo que deseas- Juana
procedió a franquearle la entrada a la muchacha que supo que estaba por buen
camino. Una vez dentro de la morada de la mujer, Susana le repitió lo que le
había dicho momentos antes.
-Bueno,
la primera parte está hecha, nos hemos saludado y visto. Ahora ¿Cuántos tamales
necesitas, para cuándo y de qué los quieres?- la mujer recorría con la mirada a
la jovencita, que no perdía ése aire coqueto con que siempre se mostraba frente
a ella.
-Necesito
50 tamales, para el miércoles en la noche. Yo vendría por ellos, es el
cumpleaños de un compañero y a mí me tocó llevar los tamales. Les dije que
llevaría los mejores tamales de la ciudad, ellos preguntaron si se los
compraría a Doña Mary, la tamalera de la Universidad, pero les dije que no, que
conozco a alguien que la supera y por supuesto ellos quieren comprobar lo que
digo.
-Muy
bien, mi niña, dalo por cumplido. Voy a esmerarme en hacer los mejores tamales
de chipilín con puerco que haya hecho en toda mi vida. Ahora… ¿Qué es eso de
que quieres que te enseñe a hacer tamales? ¿Hablas en serio? Tú eres
universitaria, joven, bonita y con un futuro muy amplio. ¿Para qué quiere una
muchachita como tú saber hacer tamales?
-Doña
Juana, hacer tamales como los que usted hace, no cualquiera. Quiero aprender a
hacerlos porque reconozco que es un arte, es una cuestión de querer aprender
algo de una de las mujeres que mas me importan en la vida- Susana, esperó
expectante la reacción de su vecina. La cual dejó ver claramente que las
palabras de la chica le estaban produciendo una suerte de orgullo y halago que
le dieron a su rostro un matiz rubicundo. –Además, aún recuerdo la fuerza y
suavidad de sus manos… - La mujer frente a ella se removió en su sillón y bajó
la mirada evidentemente nerviosa.
-De
acuerdo, Susi ¿cuándo quieres que
comencemos?
-¿Puede
ser ahora mismo?- la muchacha se escuchaba ansiosa
-No,
hoy no me es posible, tengo que ir a la casa de mi hermana mas tarde, por eso
es que he puesto a cocer los tamales que he de vender mañana, antes. También
debo ir a comprar los ingredientes, en casa no tengo chipilín- Respondió la
amable mujer ahogando un suspiro e intentando que no se reflejara su desolación
ni en su voz ni en su aspecto. –Pero te espero mañana domingo a las dos de la
tarde, voy a estar sola y estaré esperándote para enseñarte todo lo que desees
que te enseñe. No me vayas a dejar plantada porque jamás volveré a ceder ante
ti ¿De acuerdo?- Completó con un aire de maestra regañona.
Susana
para nada intentó esconder una sonrisa de satisfacción que inundó todo su ser,
no solamente su boca. Estaba consciente de que Juana quería prepararse
adecuadamente para atenderla en todo lo que le reclamara al día siguiente. La
expectativa hace saborear mucho mas la consecución del objetivo perseguido.
–Dígame, Doña Juanita, ¿quiere que me quede a hacerle compañía o mejor nos
vemos mañana?
-Mejor
veámonos mañana, Susi, así me dejas terminar y adelantar todas las salsas que
voy a ocupar, para que luego no andemos a las carreras. Igual en lo que espero
se cosan los tamales voy a ver un poco la televisión que hoy pasarán una
película vieja que me gusta mucho. Mañana te lo voy a dedicar completito-
Concluyó la frase con una sonrisa tan pícara, que Susana no pudo menos que confirmar
que la mujer frente a ella estaba más que dispuesta a ceder a todas sus
pretensiones.
Se
despidieron con un beso ligero en la comisura de los labios, un abrazo que mas
pareció una caricia y unas sonrisas traviesas.
Susana, al salir de ahí, llamó a
unos amigos y se fue feliz al cine con ellos, joven como era, no había de
desperdiciar una tarde libre ¿no?
De
regreso en su casa –Hija, ¿dónde están los tamales que te encargué?- Preguntó
su madre burlona al verla llegar tarde y con las manos vacías.
-Doña
Juanita apenas estaba haciendo unos y me dijo que la clase será para mañana,
tooooodo el día. Aprovechará a que le ayude a sacar unos pedidos que debe
entregar, así es que mañana estaré con ella haciendo tamales ¿Te crees que la
muy cabrona no me quería enseñar, dizque porque soy universitaria? Que las
universitarias no deben hacer tamales. Me choca que me trate como inútil, mamá-
Dijo la chiquilla con fingido enojo
-Hay
que entenderla, recuerda que ella no tuvo oportunidad de estudiar ni de tener
novios, prácticamente ella ha tenido que esclavizarse a la venta de tamales
desde niña y no es precisamente porque así lo eligiera. Juana, hija, es una
mujer muy inteligente, atractiva y con gran potencial, pero ya ves, no siempre
se puede salir de lo que a cada quien le toca. Además por lo que se ve, ella te
aprecia, te quiere. Desea que tú seas lo que ella no ha podido ser, por eso es
que te lo dice. Así es que deja de renegar y date de santos que aceptó
enseñarte-
Madre e hija se enfrascaron en una amena conversación en torno al
estilo de vida de muchos de sus vecinos hasta que consideró la madre era hora
de irse a dormir, no sin extrañarse de que su pequeña no hubiera pedido permiso
para irse de parranda como acostumbraba los sábados para despertar tarde los
domingos. Sin embargo tampoco era como para hacer comentarios al respecto ¿Qué
tal y a la chamaca se le ocurría buscar jaleo nocturno y se largara? Mejor ni
tocar el tema. Se despidieron como cada noche deseándose mutuamente un plácido
descanso y se retiraron cada quién a su habitación.
Susana
quedó como hija única de un matrimonio que engendró tres hijos en total. El
padre y sus dos hermanos (ambos varones, uno mayor y otro menor que ella),
murieron con él en un accidente automovilístico ocasionado al caer en un vado
una noche lluviosa en la que habían salido de la ciudad para participar en un
evento deportivo. La madre, ahora viuda, no había querido volver a intentar tener
una nueva relación sentimental porque consideraba que su hija debía primero
independizarse. Ambas recibieron como herencia el pago de los seguros de vida
de los tres varones de la casa. Ahora, mientras Susana se dedicaba a estudiar
leyes en la universidad, la madre se dedicaba al comercio de prendas de vestir
en un local de su propiedad.
Ya
en su habitación, Susana no dejaba de pensar en las viejas tamaleras como les
llamaban coloquialmente sus amigos de la universidad y de su colonia, tanto a
Juana como a María. Un par de sendas mujeres cuarentonas y de buen ver que
hacían delicias con las manos en la masa. Susana se había vuelto adicta al
tamal, primero con Juana a la que conocía desde niña y después con María a la
que conoció justo el primer día que llegó a la universidad buscando alcanzar
una ficha para presentar el examen de admisión días después. María, conocedora
de las aspiraciones y sueños de cada uno de los jovencitos que pasaban por su
puesto, se apiadó de ella y le explicó con suma paciencia cuáles eran los
trámites que debía ejecutar y los horarios para hacerlo. Ella, mucho más segura
y animosa, hizo todo como se lo señaló la mujer y más rápido que pronto ya
tenía la ficha que la hacía elegible para entrar en esa universidad.
Susana
se debatía entre la imagen de cada una de las mujeres sin definir cuál de las
dos era la mejor para ella, en lo que fuera. La mejor tamalera, la más bonita,
la más jovial, la mas inteligente, la mas algo, lo que fuera, solamente que una
superara a la otra, y eso, en su mente, no era posible. Ambas eran igualmente
importantes para ella. Ambas eran pues, maestras en el arte de hacer tamales.
Al
llegar el nuevo día, dominguito alegre la chica se despertó un tanto
arrepentida de haber aceptado el compromiso de ir a la casa de Juana. Por un
lado el día apuntaba radiante, como para salir de paseo con sus amigos, por
otro lado, estaba comenzando a sentir ansiedad por lo que pudiera ocurrir.
Cierto es que ella fue quien propició el encuentro, pero eso fue ayer. Con todo
y sus dudas se levantó y salió a buscar a su madre, con la secreta esperanza de
que ésta tuviera la necesidad de su compañía para algo y así poder excusarse
ante Juana de su incumplimiento.
La
madre de Susana estaba animadamente hablando por teléfono y pactando salir a
comer con una de sus vecinas y amigas consciente de que su hija estaría ocupada
toda la tarde fuera de casa. Una cosa es no querer liarse en una nueva relación
sentimental y otra muy distinta recluirse en su casa como viuda mojigata.
En
cuanto hicieron contacto visual, la madre tapando la bocina le dijo: -En la
cocina te dejé algo ligero para desayunar, cariño. Limpias tu habitación,
preparas tus cosas para la semana en la universidad y te arreglas para ir con
Doña Juanita. Sabes perfecto que detesta la impuntualidad y si te dijo a las
dos, te espera a las dos. Seguro la pobre mujer ya anduvo corriendo desde
temprano entre su venta y la compra de los ingredientes para enseñarte como
para que la vayas a dejar plantada- Acto seguido continuó con su charla
telefónica dejando a Susana con la palabra en la boca y toda perpleja porque su
madre había adivinado sus dudas sin siquiera permitirle exponerlas. La muchacha
giró sobre sus talones y se dirigió con andar cansino a la cocina para romper
su ayuno.
Cerca
de la una de la tarde, la señora pasó a la habitación de su hija para
despedirse de ésta e informarle que ella misma tardaría en regresar, haciéndole
una breve reseña de lo que había planeado hacer con su amiga y vecina ésa
plácida tarde de domingo soleado. Se despidieron e inmediatamente la señora
abandonó la habitación y el hogar.
Susana
por su parte concluyó su arreglo y tras auto-aprobarse en el espejo de cuerpo
entero que tenía fijo en la puerta del baño de su habitación, procedió a hacer
lo propio y se encaminó a la casa de la tamalera. Iba nerviosa, con las
consabidas maripositas revoloteando en su estómago, tratando de calmarse.
Diciéndose una y otra vez que el día anterior había visto a Juana y no se había
sentido así, nerviosa, ansiosa, excitada. Sí, tenía que admitir que el día
anterior la vió, pero no estaba segura de la respuesta de la señora, el día
anterior llevaba la confianza del cazador que sabe acechará a su víctima y la
acorralará para poderla obtener. Hoy sabía que la mujer estaba igualmente
dispuesta, que quien llevaría la voz cantante sería la maestra, la mayor, la
conocedora, la experta, la tamalera.
Por
su parte Juana despertó temprano, se dio un regaderazo con agua fría, se vistió
de manera adusta, tomó sus implementos de trabajo y con todo aquello sobre su
antiguo cochecito partió con rumbo a la iglesia más cercana. Los fieles
comenzaron a llegar con hambre y sueño, lo que le permitió vender la mayoría de
sus productos relativamente temprano. Lo que más le gustaba de los domingos era
justamente eso. Sus tamales se vendían bien. Antes de comenzar la misa de doce,
ella estaba sirviendo el último tamal del día y le quedaba el resto de la tarde
para hacer lo que le viniera en gana. Vendía tamales de lunes a jueves por la
noche a la salida de un centro comercial, lo que le permitía preparar su
mercancía en la mañana del mismo día. Pero hoy sería un día especial. Susana le
había cambiado los planes.
Susana,
Susana… Esa chiquilla loca que era capaz de engullir tamales como lo hacían
algunos de sus mas voraces clientes, que pasaban casi todo el día en ayunas por
sus largas y pesadas jornadas laborales. Aquella que se había convertido ante
su soñadora mirada en una jovencita hermosa, plena, llena de vida, de sueños y
de oportunidades.
Sus
ojos se anegaron fugazmente ante el recuerdo de aquél desafortunado día en que
la tuvo entre sus brazos por primera y única vez, cuando su padre y hermanos
fallecieron y ella, como tamalera profesional, fue la encargada de elaborar los
tamales que se sirvieron tanto el día del sepelio como en los nueve días
posteriores, en los que se rezaron las novenas por el descanso de sus almas.
Susana, su niña, estaba deshecha. Uno de los días de rezos, Susana se abalanzó
sobre ella y tras un fuerte abrazo en el que el llanto la cimbró, se abandonó
perdiéndose en la inconsciencia del desmayo. En su desespero por reanimarla, la
cargó, la llevó a su habitación y comenzó a frotarle el cuello y el pecho con
alcohol. La chica apenas reaccionó y volvió a llorar con tal sentimiento que a
Juana se le rompía el corazón verla. La madre entró a la habitación alertada
por lo ocurrido y le pidió encarecidamente a la mujer que se encerraran ahí,
que la cuidara y que bajo ninguna circunstancia la dejara sola. Juana,
terriblemente angustiada, cerró la puerta con seguro y se acercó a abrazar de
nuevo a la sollozante muchacha.
Susana
se sentía sola, perdida, abandonada por la vida, por su padre y sus hermanos,
por su madre incluso. Se aferró a una Juana, que se limitó a abrazarla,
acariciarle el cabello y dedicarle palabras tiernas, amorosas, de consuelo. A
medida que los espasmos de la joven se iban haciendo espaciados, la mujer
aflojaba el abrazo incrementando las caricias
–Frótame de nuevo el cuerpo y la
espalda con alcohol, Juana, siento que me ahogo- pidió con una voz apenas
audible.
La mujer mayor procedió a ponerse alcohol en las manos, frotarlas
entre sí y esparcirlo por la frente de la chica. La recostó en la cama y
procedió a ponerle el frío líquido en los brazos y manos. Susana se desabrochó
parte de la camisa que traía puesta y Juana aplicó el producto en la zona
recién descubierta. Entonces le ayudó a ponerse boca abajo, le subió la blusa y
vertió el alcohol en la piel de la joven haciéndole respingar, lo untó
completamente provocando que la camisa se le mojara un poco. Fue justo ahí en
que ambas rompieron la tensión del momento. Susana se incorporó para terminar
de quitarse la camisa y el sujetador y volvió a dejarse caer boca abajo con la
carita hacia una Juana que no sabía qué hacer
–Continúa- le dijo y cerró los
ojos. La mujer comenzó no solamente a frotarle alcohol en la espalda sino a
darle un masaje completo. Sus manos fuertes y suaves, recorrieron la joven piel.
La chica dejó escapar algunos suspiros apenas perceptibles, pero Juana no
abandonó la tarea, al contrario, puso su mayor empeño e imaginándose que el
cuerpo de Susana era masa para hacer
tamales, comenzó a amasarla a ojos cerrados. Presa del placer que aquellas
manos le estaban propinando y totalmente olvidada de su pena, la chica se giró
con agilidad provocando que las manos de la vecina amasaran sus firmes senos.
Juana se paralizó de inmediato y sin separar sus manos del cuerpo de la chica,
abrió los ojos y se encontró con la mirada ansiosa de Susana, ésta le sonrió y
la mujer comprendió que la muchacha le estaba rogando, sin hablar, que
continuara.
Así justamente lo hizo. Con mucha mayor parsimonia y delicadeza,
Juana continuó sobando los deliciosos senos de la chiquilla. Se deleitó en su
firmeza y redondez, pellizcó con sumo cuidado sus tiernos y pequeñitos pezones
a fin de proporcionarle placer, no dolor. Con la anuencia y dirección oportuna
de la chica, Juana recorrió todo el juvenil cuerpo sin que hubiera un solo
centímetro sin tocar, sin acariciar, sin amasar. Juana, la tamalera de su
colonia, estaba prodigándole las caricias más sublimes a las que una mujer
puede aspirar.
Con semejantes caricias y abandonadas al placer que esto les
estaba provocando, ambas terminaron de despojarse de sus ropas para hacerse el
amor con soltura. Juana se colocó encima de la chiquilla y frotando su sexo con
el de su compañera consiguió compartir con ella un orgasmo intenso, fuerte,
sublime, tranquilizador. Susana una vez repuesta se abrazó al vigoroso cuerpo
de su vecina y procedió a besarla, a comerse los prominentes senos de la mujer
que ahogaba sus gemidos en la cabeza de la joven. Después de un rato de
intercambiar caricias y roces sutiles Susana se quedó dormida en los brazos de
su amante. Juana con sumo cuidado se separó de ella, se vistió, la arropó y
salió de la habitación asegurándose de que el seguro quedara activado para que
nadie pudiera entrar sino hasta que la propia Susana abriera la puerta.
No
hablaron nunca de lo ocurrido, no hicieron nunca más referencia al hecho. No
era necesario, para ambas, aquello fue producto de un evento desgarrador, del
infortunio. Un error.
Una
vez en casa, Juana acomodó todos los ingredientes en su lugar, no había tiempo
para ponerse moños, su aprendiz estaba por llegar. A las dos en punto el timbre
de su puerta sonó. La mujer procedió a abrir sin asomarse como normalmente
hacía, ésta vez, sabía quién estaba del otro lado de la puerta. Sin hablar
Susana penetró en el recinto y cerró la puerta tras de sí. Juana se había
encaminado a la cocina.
-Hola,
te ves un poco cansada, Juana- Saludó la recién llegada.
-Ha
sido un día agitado para mí, la semana en general estuvo bastante movida, hoy
pretendía descansar- Respondió la dueña de la casa, recorriéndola con la
mirada- Sin embargo he de enseñarte para que a tu vez instruyas a alguien más-
concluyó con un atisbo de celos en la voz.
-Si
quieres lo dejamos así, tampoco es obligatorio ¿eh?- en la réplica, la
anfitriona pudo percibir desencanto.
-No,
Susi, solo lo dije porque preguntaste- Acto seguido se acercó a ella, la abrazó
y acercó sus labios dejándolos al alcance de la chica, para que fuera ésta la
que diera el primer paso. Y así ocurrió, el beso fluyó solo. Se besaron sin
prisas, sin urgencias, con ternura diría yo. Juana hurgó entre sus ropas,
extrajo un papel doblado y se lo entregó –Es la receta de los tamales. Anoche
me dormí tarde preparándote los de tu madre. Dime ¿quieres la práctica de los
tamales o hacemos otra cosa?- La sonrisa de la alumna se amplió y a modo de
respuesta volvió a besarla. Huelga decir que el resto de la tarde hicieron el
amor con la plena conciencia de que era eso lo que habían estado deseando desde
el funesto accidente.
Al
día siguiente, ya en la universidad, Susana le entregó el dichoso papelito que
contenía la receta a Doña María y continuó su camino a recibir clases. Al
término de éstas se dirigió de nuevo al puesto de tamales para explicar dónde
adquirir los ingredientes. María la recibió con una mirada diferente,
brillante, pícara, coqueta.
Esperó pacientemente a que los chicos que tenía ahí
terminaran de comer y comenzó a decirles a los demás que ya no tenía tamales.
Una vez que se quedaron solas, María le hizo una seña para que se acercara a
ella y pudiera escucharle lo que estaba por decirle en un susurro -¿Cuándo
puedes ir conmigo a casa para practicar la elaboración de éste tamal?- Mientras
agitaba el papelito doblado.
-¿Me
dejas verlo?- Preguntó a su vez la chica con un volumen también bajo. La mujer
le entregó el papel y esperó ansiosa que aquella terminara de leer.
Una
vez expuesta la receta del tamal multicitado, Juana había escrito “Si no
terminas de conquistarla por el estómago, hazle un masaje como se ha explicado
con la masa del tamal y estará a punto para ser condimentada a tu gusto y
devorada inmediatamente, no puede ser mía en exclusiva porque ella tiene
demasiado potencial y energía, pero entre ambas, podemos fortalecer su espíritu
y su cuerpo. Que la receta te quede exquisita, que la materia prima lo es. Un
saludo. Juana”
A
partir de entonces, María y Juana, sin conocerse, complementaron sus vidas
compartiendo las delicias de alimentar y degustar el cuerpo de una feliz Susana
que no solamente se hizo de una amante, sino de dos.